Este espacio reúne algunos de los trabajos que he desarrollado durante mi formación universitaria.
Son ejercicios de narración que exploran distintas voces, estilos y perspectivas, en los que la imaginación, la observación y la palabra se encuentran. Te invito a recorrer estas historias, reflexionar con ellas o simplemente dejarte llevar por sus caminos. Cada texto es una pieza de un proceso creativo en constante evolución.
Una larga espera
En lo alto de un edificio, una mujer mira por la ventana, su mirada se pierde en la inmensa
ciudad en la que vive; el viento está quieto, las hojas de los árboles no se mueven, pero las
personas se ven ajetreadas, caminan rápido sin mirar al frente. Ella intenta observar sus
rostros, pero le es imposible desde esa altura, lo único que puede distinguir a esa distancia es
la ropa; analiza los abrigos, el calzado, si llevan accesorios o alguna prenda distintiva, pero
por mucho que observe no hay nada diferente, todas las personas se ven iguales.
En la comodidad de su viejo pero cómodo hogar, se encuentran algunos muebles desgastados,
una mesa con una lámpara que ya no funciona, en las paredes y las cortinas se puede ver el
paso del tiempo, el color fuerte y vibrante que alguna vez hubo, ya no está. Junto a la ventana
hay un cuadro hecho con pinturas, la luz opacó los colores, ya no es posible identificar la
pintura que alguna vez decoró ese espacio con bellos colores. Debajo de él hay un mueble
con varios cajones ¿estará guardando algunos recuerdos? Parece estar ahí solo para llenar el
pequeño apartamento. El lugar tiene un aura melancólica, no solo la mujer se ve triste, su
hogar también se siente con un ambiente deprimido.
La tenue luz del atardecer cubre su pálido y delgado cuerpo, un cuerpo tan desgastado que
parece que va a colapsar en cualquier momento. Su largo cabello se ve descuidado, es de un
color oscuro, está tan seco que a pesar de recibir luz éste no brilla, sus manos se ven tensas,
su cuerpo comunica nerviosismo, no cuida de ella misma, parece que sentarse todo el día en
la ventana no le hace bien.
Durante el día se sienta al desnudo en su sillón favorito, un sillón lleno de cortes, donde
espera por horas el regreso de cierta persona. Espera poder ver a una persona alta, con un
abrigo largo y un sombrero de copa negro, esta es la ropa que llevaba su marido antes de
desaparecer. Ella espera todos los días su regreso, por eso lleva puestos unos zapatos,
recuerdo haber escuchado que fueron un regalo de su ser amado, tal vez piensa que al
ponérselos su alma gemela regresará.

Octava Sur
La Calle Octava Sur está ubicada en el barrio Ciudad Montes, inicia desde la Avenida Carrera 50 hasta la Carrera 30 mejor conocida como la NQS. Se destaca por tener muchos restaurantes, en su mayoría de comida rápida, hay establecimientos de todas las temáticas que cuentan con una gran variedad gastronómica, un ejemplo de esto es el restaurante Mesa de Papel que está inspirado en La Casa de Papel. Tiene otro tipo de establecimientos como tiendas, gimnasios y colegios, además está custodiado por el CAI de Santa Matilde. Sus andenes son amplios y el pavimento está bien cuidado.
Recuerdos
Es una calle muy ruidosa, la música de los bares y el constante ir y venir de la gente
crean un ambiente animado, los letreros luminosos de cada establecimiento
proyectan destellos de colores sobre el pavimento. Siempre huele a comida, la
mezcla de olores va desde el pan recién orneado hasta las comidas más exclusivas.
Cada restaurante, tiene su propia esencia, historia y encanto, la decoración de cada
uno hace que sean mundos completamente diferentes, pero todos cumplen con un
mismo propósito, crear momentos en familia.
A lo largo de mi vida, esta calle ha sido un lugar de reuniones, he tenido la
oportunidad de compartir con personas importantes, momentos como cumpleaños
llenos de risa, aniversarios colmados de amor y pequeñas reuniones que se
convierten en recuerdos inolvidables. Desde pequeña voy todos los fines de semana
a comer con mis padres, cada vez en un restaurante distinto, la tradición continúa
hasta el día de hoy, al menos una vez a la semana nos reunimos y disfrutamos de
nuestra compañía.
En fechas especiales como Halloween, personas que vienen desde todos los
rincones de Bogotá se reúnen para mostrar sus maravillosos disfraces, tomarse
fotos, compartir con amigos y disfrutar de un momento memorable.

Descripción:
Damián es un hombre alto, con una postura impecable que impone respeto y seguridad. Su
atractivo es innegable; tiene una mandíbula marcada, una nariz recta y unos ojos
penetrantes. Su estilo es impecable, siempre viste elegante, ya sea un traje sastre a medida o
ropa casual de alta calidad. Él no viste por vanidad, sino porque sabe que la imagen es
poder, y cada detalle cuenta, al final del día somos primero vistos que escuchados. Le gusta
vestir relojes caros, que siempre están acompañados con un par de mancuernas de la mejor
calidad. Cada detalle de su apariencia está cuidadosamente calculado, desde su peinado
perfectamente arreglado hasta su perfume discreto pero inconfundible. Camina con pasos
firmes, sin prisa, como si el mundo girara a su ritmo.
Tiene una mente afilada como un bisturí, es frío y calculador, ambicioso y determinado,
alguien que siempre tiene la mirada puesta en la cima y no se detiene hasta alcanzar sus
objetivos. No tolera la mediocridad ni las distracciones innecesarias; su tiempo es demasiado
valioso para ser desperdiciado en cosas que no valen la pena. Su ingenio le permite encontrar
soluciones rápidas, algo que le sirve mucho en el mundo de las finanzas. Sin embargo, su
soberbia lo lleva a subestimar a las demás personas, lo que a veces le causa conflicto.
Es muy meticuloso, no deja ningún cabo suelto, pues sabe que el éxito está en los detalles.
Siempre está un paso adelante, por lo que es alguien difícil de sorprender.
En el mundo de las finanzas no hay quien le gane, este hombre entiende el dinero no solo
como una herramienta sino como un juego en el que siempre lleva la ventaja, su mente
analítica le permite anticipar movimientos del mercado. Jamás deja nada a la suerte, cada
inversión o decisión está meticulosamente analizada. El dinero es su medio para controlar su
entorno y moldear el mundo según sus propios términos.
• Es el tipo de persona que responde los mensajes solo cuando le conviene, pero
cuando lo hace, su respuesta es impecable y precisa.
• Es el tipo de persona que no pregunta si algo se puede hacer, simplemente lo hace.
• Es el tipo de persona que nunca se disculpa a menos que sea estrictamente necesario.
El cuestionario de Proust: 30 preguntas para realmente conocer a un personaje
1. ¿Principal rasgo de su carácter?
Calculador
2. ¿Qué cualidad aprecia más en un hombre?
La Eficiencia
3. ¿Y en una mujer?
Que tengan carácter
4. ¿Qué espera de sus amigos?
No espera nada porque es una persona solitaria.
5. ¿Su principal defecto?
Sobre pensar las cosas.
6. ¿Su ocupación favorita?
Finanzas
7. ¿Su ideal de felicidad?
Tener un gran Capital.
8. ¿Cuál sería su mayor desgracia?
No ser exitoso.
9. ¿Qué le gustaría ser?
Un gran magnate
10. ¿En qué país desearía vivir?
India, específicamente en la ciudad de Gurgaon
11. ¿Su color favorito?
Negro
12. ¿La flor que más le gusta?
Kadupul
13. ¿El ave que prefiere?
Un búho
14. ¿Sus autores favoritos en prosa? (novela, cuento)
Prefiere el tipo de lectura que habla sobre finanzas y crecimiento personal.
15. ¿Sus poetas?
Charles Baudelaire porque su poesía refleja el pensamiento de alguien que se considera por
encima de lo común, por lo que se siente identificado.
16. ¿Un héroe de ficción? (NO súper héroe, el héroe que puede ser de la literatura:
El principito, El Quijote, Aureliano Buendía, etc.)
Tywin Lannister de Juego de tronos, porque él no deja nada al azar, es otro estratega.
17. ¿Una heroína? (NO súper heroína, puede ser de la literatura: Alicia en el país de
las maravillas, Remedios la bella…)
Lady Macbeth de William Shakespeare porque su ambición no tiene límites.
18. ¿Su compositor favorito?
Ludwig van Beethoven
19. ¿Su pintor preferido?
Claudio Bravo
20. ¿Su héroe de la vida real?
Bernard Madoff, realmente no es su héroe porque no admira la falta de ética, pero sí
reconoce y estudia la inteligencia detrás de los movimientos financieros, lo ve como alguien
que entendió el sistema mejor que la mayoría y lo manipuló para su conveniencia.
21. ¿Su nombre favorito?
Mark
22. ¿Qué hábito ajeno no soporta?
Que hablen en exceso
23. ¿Qué es lo que más detesta?
Que alguien estorbe en su camino
24. ¿Una figura histórica que le caiga mal?
Luis XVI de Francia, lo desprecia porque tuvo el control de todo, pero no lo supo mantener.
25. ¿Un hecho de histórico que admire?
La conquista de Constantinopla en 1453 por el sultán Mehmed II porque es un ejemplo de
paciencia, planificación y ejecución impecable.
26. ¿Qué don de la naturaleza desearía poseer? (volar, regenerarse, fluir como el
agua, etc.)
Capacidad de prever el futuro con precisión,
27. ¿Cómo le gustaría morir?
De un Paro fulminante, porque es directo, si se va a morir que se muera rápido.
28. ¿Cuál es el estado más típico de su ánimo?
Cauteloso
29. ¿Qué defectos le inspiran más indulgencia? (qué defecto puede perdonar más en
los otros: que sean impuntuales, mentirosos, tacaños, etc.)
Alguien que no va al grano y siempre se va por las ramas.
30. ¿Tiene un lema?
El control no se pide, se toma
31. ¿Cuál es tu serie favorita?
Madoff: El mounstro de Wall Street
32. ¿Marca de carros favorita?
Alfa Romeo, una marca costosa y elegante.
Canción:
Nombre: El mejor hombre que hay
Cantante: Leonel García Núñez De Cáceres
Letra:
Dime, amor
¿Aún estás bien?
El paso de los años puede lastimar
Las cosas más sagradas y hacerlas caer
Di, mi amor
¿Estás bien?
Dime, amor
¿Aún estoy bien?
¿Aún sigo siendo el tipo de tu corazón?
Si hubiera que elegir
¿Lo harías otra vez?
¿Y aún me ves
Como ayer?
Déjame
Explicarte que
Si me ves como te miro yo
Soy tan maravilloso
No te importan mis defectos, soy genial
Soy la magia que baja del cielo en un manojo
Soy un milagro natural
Si me ves como te miro yo
Soy un evento hermoso
Como un rayo de luz del sol cruzando el cristal
Soy el beso que hasta el día de hoy te llena de gozo
Soy el mejor hombre que hay
Dime, amor
¿Estamos bien?
Yo al menos fácilmente puedo soportar
Otros quinientos años nuevos junto a ti
Y no lo sé
Tal vez mil
Déjame
Explicarte que
Si me ves como te miro yo
Soy tan maravilloso
No te importan mis defectos, soy genial
Soy la magia que baja del cielo en un manojo
Soy un milagro natural
Si me ves como te miro yo
Soy un evento hermoso
Como un rayo de luz del sol cruzando el cristal
Soy el beso que hasta el día de hoy te llena de gozo
Soy el mejor hombre que hay
Si me ves como te miro yo, ves las galaxias
Cuando te asomas
Aquí en mis ojos
Y por cada sonrisa que esbozo me das las gracias
Porque te curan
De tus enojos
Si me ves como te miro yo
Soy tan maravilloso
No te importan mis defectos, soy genial
Soy la magia que baja del cielo en un manojo
Soy un milagro natural
Si me ves como te miro yo
Me amas más que nunca
Las frases subrayadas se relacionan con el personaje porque refuerzan su visión de sí mismo
como alguien superior. La afirmación “Soy el mejor hombre que hay” da a entender su
soberbia y confianza extrema. Además, la canción refuerza la idea de que su éxito no es una
coincidencia, sino el resultado de su ambición.
El dominante en cualquier situación.
Figuras retóricas de la canción:
1. Personificación:
• El paso de los años puede lastimar.
(Se le da la capacidad de lastimar al tiempo)
2. Interrogación retórica:
• ¿Aún sigo siendo el tipo de tu corazón?
(Una pregunta que no busca respuesta, sino enfatizar una idea)
3. Metáfora:
• Soy la magia que baja del cielo en un manojo.
(Se compara con la magia, sin decir “como”)
• Soy un milagro natural
(Se dice directamente que es un milagro)
• Soy un rayo de luz del sol cruzando el cristal.
(Se identifica con un rayo de luz)
• Soy el beso que hasta el día de hoy te llena de gozo.
(Se compara con un beso)
4. Hipérbole:
• Otros 500 años nuevos junto a ti.
(Se exagera el tiempo)
5. Símil:
• Si me ves como te miro yo, ves las galaxias.
(Compara la mirada con ver galaxias)

Me sentí un poco enferma y el frío que hacía afuera, no ayudaba en absoluto.
Buscando un refugio cálido, entre en la cafetería. Apenas cruce la puesta, el
cambio de ambiente fue evidente, el aire se impregnaba del aroma a café recién
hecho. El lugar es amplio y bullicioso, con gente entrando y saliendo, algunos
solos y otros acompañados, todos con el mismo propósito, comer algo y
resguardarse del frío.
Pensé en comprar algo para calmar el malestar y recuperar energía, pero al ver
las largas filas frente a los mostradores, mi ánimo decayó un poco. La gente
espera con paciencia, aunque algunos miran de forma apresurada a los
empleados, como si sus estómagos gruñeran más fuerte con cada minuto de
espera. Decidí no unirme a la fila, en su lugar, me acomodé en una silla con una
buena vista del lugar, permitiéndome observar con más atención lo que ocurría a
mi alrededor.
Los televisores colgados en las paredes transmitían las noticias, aunque pocos
parecían prestarles atención. El verdadero espectáculo estaba en las mesas,
grupos de amigos charlando animadamente, pera también, personas solitarias
comiendo, en silencio.
El hambre comenzó a hacerme compañía, Fue entonces cuando mi atención se
fijó en una chica morena, sentada a unas cuantas mesas de distancia. Sostenía
una empanada que se veía deliciosa, acompañada de un tarro de ají, con cada
bocado se detenía a agregar un poco más de salsa, como si el sabor no pudiera
estar completo sin ese toque de picante. Su expresión era de auténtica felicidad,
por un instante la envidié.
Decidí explorar un poco más y me dirigí al segundo piso. Las escaleras son
amplias y están acompañadas de un gran ventanal, que deja entrar luz natural. El
segundo piso es un mundo aparte, había más mesas vacías, menos movimiento y
un silencio que contrastaba con el ruido de abajo. Los televisores estaban
apagados, Las pocas personas que estaban allí se mantenían concentradas en
sus propios asuntos. Sin mucho más que hacer en ese espacio vacío, bajé de
nuevo. El aroma de la comida volvió a envolverme, despertando una vez más el
hambre que había ignorado. Tal vez esta vez me animaré a enfrentar la fila y pedir
algo para comer.

El frío se filtraba por cada rincón de la cafetería, un aliento helado se colaba
por las puertas y ventanales grandes que rodeaban el espacio. Las entradas
eran amplias, lo que impedía que el lugar retuviera el calor, convirtiéndolo en
un refugio más de tránsito que de permanencia. Apenas crucé la puerta, el
cambio de ambiente fue evidente: el aroma del café recién hecho impregnaba
el aire, envolviendo a los que buscaban cobijo del clima. Me sentía un poco
enferma y el frío de afuera no ayudaba en absoluto. Pensé en comprar algo
para calmar el malestar y recuperar energía, pero al ver las largas filas frente a
los mostradores, mi ánimo decayó un poco.
Frente a mí, el espacio era un microcosmos de actividad; la cafetería estaba
compuesta por varias tiendas: una cafetería, una panadería y un restaurante.
Cada una tenía su propia fila interminable de rostros impacientes, cuerpos que
avanzaban y retrocedían, manos que sostenían bandejas, bolsos o teléfonos.
El mundo a mi alrededor se movía con una cadencia incesante. Los sonidos
eran fragmentos de una sinfonía cotidiana: el cierre y apertura de microondas,
el pitido inconfundible que anunciaba que algo había terminado su ciclo, las
voces de las encargadas, rápidas y eficientes, intentando despachar a cada
comprador antes de que la fila se hiciera aún más insoportable.
Las mesas, con su paleta de colores cálida en tonos verdes y amarillos,
contrastaban con el ambiente frío del lugar. Allí se reunían distintos tipos de
personas: estudiantes, personal de aseo, maestros y trabajadores del área de
bienestar. Algunos compartían su desayuno en grupos animados, mientras que
otros preferían la soledad de una mesa vacía.
Fue entonces cuando mi atención se fijó en una chica morena, sentada a unas
mesas de distancia. Sostenía una empanada que se veía deliciosa,
acompañada de un tarro de ají, con cada bocado se detenía a agregar un poco
más de salsa, como si el sabor no pudiera estar completo sin ese toque
picante. Su expresión era de auténtica felicidad, y por un instante, la envidié.
A mi derecha, una mujer con unas trenzas impecablemente tejidas tomaba café
y comía una arepa con calma. Su abrigo parecía envolverla en un capullo de
comodidad, una burbuja que la separaba del ajetreo circundante. Su postura,
su gesto pausado al beber, su mirada ausente pero serena me hicieron pensar
que era una profesora. Su vestimenta era demasiado elegante para una
estudiante común. Permaneció allí unos veinte minutos, como un personaje
fugaz en este teatro de la rutina, y luego desapareció, dejándome con la
extraña sensación de que su presencia fue apenas un espejismo.
Decidí explorar un poco más y subí al segundo piso. Era igual de amplio que el
de abajo y tenía una gran abertura en el centro que permitía ver todo el
movimiento del primer nivel. A los lados, varios microondas estaban disponibles
para los estudiantes que preferían traer sus comidas desde casa, junto con
múltiples tomas de corriente que hacían del espacio un lugar ideal para
estudiar o trabajar.
El ambiente allí era diferente. La soledad era palpable. Solo unas pocas
personas ocupaban las mesas, algunas con expresión pensativa mientras
miraban a la plazoleta central a través de los grandes ventanales. Desde allí se
podía ver la vida de la universidad en constante movimiento: estudiantes
entrando y saliendo de clases, algunos deteniéndose en la plazoleta, otros
dirigiéndose a la cafetería o apresurándose hacia la parada de buses en la
parte trasera del campus. Afuera, los vendedores ambulantes acomodaban sus
productos mientras el barrio vecino se desplegaba en el horizonte.
Sin mucho más que hacer en ese ambiente silencioso, bajé de nuevo. El aroma
de la comida volvía a envolverme, despertando una vez más el hambre que
había ignorado. Tal vez esta vez me animaría a enfrentar la fila y pedir algo
para comer.
A esta hora, la cafetería era un sitio de tránsito más que de encuentro. Un
espacio donde la rutina se repetía cada día, pero que, al observarlo con
detenimiento, se revelaba como un reflejo de la multitud misma: efímera,
inabarcable y en constante movimiento.

Sinopsis:
La historia que quiero desarrollar con Damián gira en torno a su ascenso en el
mundo financiero y su inevitable enfrentamiento con las consecuencias éticas de
sus actos. Todo comienza cuándo una joven periodista empieza a investigarlo por
su implicación indirecta en la quiebra de una empresa que afectó a cientos de
personas, entre ellas el padre de la chica. Aunque al inicio Damián ve esto como
una amenaza menor, la persistencia de la periodista y los vacíos emocionales lo
empujan a un conflicto interno.
La historia termina cuando Damián, enfrentado a la posibilidad de perder su poder y
reputación, debe decidir entre hundirse aferrado a su control o rendirse, aunque lo
debilite públicamente. El final va a ser abierto, no se trata de si gana o pierde, sino
de si es capaz (por primera vez) de elegir algo diferente al poder.
Descripción del espacio:
Bogotá es una ciudad que nunca descansa, jamás duerme del todo, pero tampoco
se deja consumir por el caos. En el exclusivo norte, donde él ha decidido habitar, las
calles son extensas, agradables y limpias, los edificios de diseño elegante y
sofisticado custodian la zona. Se escucha el eco de pasos firmes y el ruido de
motores de carros de lujo desplazándose sobre el asfalto mojado. Bogotá, con su
clima frío y sus lluvias intermitentes, siempre tiene el pavimento húmedo y ese
aroma único de tierra mojada.
En el tráfico se pueden ver camionetas blindadas con vidrios oscuros, autos en
perfectas condiciones y motocicletas de alto cilindraje. A su alrededor, se pueden
ver parques con jardines bien conservados y bancas donde nadie se sienta mucho
tiempo. Por muy bello que sea, no es un lugar para contemplar, aquellos que pasan
no pueden permitirse detenerse ni un momento. Este es el escenario donde él se
desenvuelve, un ambiente donde todo tiene un propósito.
Su apartamento es un espejo de su carácter: minimalista, funcional y sofisticado.
Ubicado en el último piso de un moderno edificio en Rosales, tiene un amplio balcón
desde el cual se puede contemplar la ciudad como si fuera un tablero de juego.
Desde ese lugar, en las noches lluviosas, puede observar las luces brillantes de
Bogotá a lo lejos, mientras mantiene un whisky en su mano y deja que su mente
piense en sus próximos movimientos. Ya que él no solo vive en este lugar, sino que
también lo domina.
El interior del apartamento es impecable, tiene un diseño clásico en tonos neutros.
Los muebles son escasos, pero cada uno ha sido pensado cuidadosamente: un sofá
de cuero negro, una mesa de centro hecha en madera y una biblioteca en la que
solo hay libros de finanzas. El aroma del apartamento es una mezcla varias
esencias amaderadas.
La cocina es grande con tonos oscuros y una iluminación fría, pero parece no usarla
con frecuencia, solo cuando es necesario, sin embargo, encima del mesón se
encuentra la cafetera que siempre está a su disposición para ofrecerle una deliciosa
taza de café.
No hay cuadros ni retratos, no existe nada que guarde algún recuerdo,
definitivamente es un lugar en el que se respira soledad. No obstante, existe una
habitante que le da vida al apartamento: Odette, su gata de un largo pelaje gris
oscuro y ojos dorados que miran todo con un aire de superioridad. Su nombre no es
casualidad ya que es inspirado en la protagonista de El lago de los cisnes, evoca
sofisticación, misterio y una belleza inigualable. Solo recibe amor cuando ella quiere.
Se desplaza con la misma elegancia que su dueño y elige cuidadosamente en
dónde descansar. Sin embargo, cuando ella quiere cariño, se acerca con
tranquilidad y sin prisa. Se deja acariciar por un momento, emite un ronroneo bajo y
cuando cree que ya fue suficiente se aleja con la misma indiferencia con la que
llegó. De alguna manera, se parece a Damián.
Su cuarto es tan pulcro como el resto de su apartamento. Una cama grande con
sábanas de algodón, un escritorio minimalista con un portátil costoso y una libreta
de cuero para escribir sus ideas más importantes. En un costado de la habitación
hay una caja de relojes de colección, no solo por su valor material, sino porque para
él, el tiempo es un recurso más valioso que el dinero.
Él llego a este lugar por su cuenta. Nació en una familia de clase media, en una
Bogotá diferente, más caótica e impredecible, una vida normal y corriente, pero
nunca se conformó con lo que poseía. Estudió, trabajó el doble que los demás y
aprendió a moverse en el mundo. Ahora, desde su balcón, contempla la ciudad y
sabe que esto apenas comienza, porque para él, la cima nunca es suficiente.

Más allá del control
Damián tenía el hábito de levantarse antes del amanecer. Le gustaba ver cómo Bogotá
despertaba lentamente desde su balcón en el piso 18 de una de las torres más exclusivas de
Rosales, en Chapinero. Desde allí, el mundo se sentía más pequeño, más predecible. El cielo,
aún gris, se abría paso entre las nubes bajas mientras las luces de los autos comenzaban a
moverse por las avenidas. Bogotá era una ciudad de contrastes, con calles a medio limpiar,
sonidos de motos y buses, y una sinfonía constante de pasos, voces y claxonazos que
componían su ritmo. Aun así, en esa hora incierta, todo parecía estar suspendido, como si el
tiempo se tomara un respiro antes del caos del día.
Damián medía cerca de un metro ochenta y cinco, de complexión delgada, pero con una
postura que imponía respeto. Siempre vestía con trajes perfectamente entallados,
confeccionados por un sastre italiano que visitaba la ciudad dos veces al año solo para
atenderlo. Tenía el cabello oscuro peinado hacia atrás, y una barba prolijamente recortada.
Sus ojos grises, fríos como el acero, parecían siempre evaluar, calcular, anticipar.
Su apartamento, amplio, elegante y perfectamente ordenado, contrastaba con el caos de la
ciudad. El aire olía a esencias amaderadas, a una mezcla entre cedro y sándalo, como si el
lugar fuera una prolongación de su propio estilo: sobrio, sofisticado, meticuloso. Las paredes
estaban decoradas con obras de arte contemporáneo de artistas emergentes, cuidadosamente
seleccionadas por él mismo. Cada mueble, cada libro, cada lámpara parecía estar donde
debía. Tenía una biblioteca de roble empotrada que guardaba ediciones raras de economía,
filosofía y novelas negras. En una esquina, un tocadiscos de colección reproducía discos de
jazz que, más que entretenerlo, parecían cronometrar su rutina.
Sinopsis:
La historia que quiero desarrollar con Damián gira en torno a su ascenso en el
mundo financiero y su inevitable enfrentamiento con las consecuencias éticas de
sus actos. Todo comienza cuándo una joven periodista empieza a investigarlo por
su implicación indirecta en la quiebra de una empresa que afectó a cientos de
personas, entre ellas el padre de la chica. Aunque al inicio Damián ve esto como
una amenaza menor, la persistencia de la periodista y los vacíos emocionales lo
empujan a un conflicto interno.
La historia termina cuando Damián, enfrentado a la posibilidad de perder su poder y
reputación, debe decidir entre hundirse aferrado a su control o rendirse, aunque lo
debilite públicamente. El final va a ser abierto, no se trata de si gana o pierde, sino
de si es capaz (por primera vez) de elegir algo diferente al poder.
Listado de secuencias narrativas:
1. Damián vive en la cima de su carrera financiera, admirado y temido en su
círculo. Su vida parece inquebrantable: lujo, control y poder.
2. Una joven periodista publica un artículo insinuando irregularidades en una de
las operaciones pasadas de Damián. Él lo subestima, pero toma nota.
3. La periodista se presenta en uno de sus eventos públicos. Su inteligencia y
seguridad lo desconciertan más de lo esperado.
4. Se descubre que el padre de la periodista fue víctima de una quiebra
provocada por decisiones financieras de Damián. Esto activa el conflicto
ético.
5. La investigación comienza a atraer atención mediática y legal. Socios y
aliados se ponen nerviosos. El imperio de Damián empieza a tambalear.
6. En medio de la presión, Damián sufre una crisis interna. Se aísla. Solo Odette
permanece cerca. Aparecen flashbacks de su infancia y el costo emocional
de su ambición.
7. La periodista y Damián se encuentran en privado. Él intenta intimidarla, pero
ella lo enfrenta con hechos, y por primera vez lo hace dudar de sí mismo.
8. Damián tiene la opción de silenciar el escándalo por medios ilegales, pero
duda. Una conversación íntima con la periodista lo desarma.
9. Damián decide asumir parcialmente su responsabilidad. Pierde poder, pero
recupera cierta humanidad. No se redime del todo, pero cambia el rumbo.
10.Damián se retira temporalmente de la vida pública. Vemos una escena en su
apartamento con Odette, mirando la ciudad. No sabemos qué hará después,
pero algo en él ha cambiado.
Estructura narrativa:
Estructura clásica en tres actos
Damián tenía el hábito de levantarse antes del amanecer. Le gustaba ver cómo Bogotá despertaba lentamente desde su balcón en el piso 18 de una de las torres más exclusivas de Rosales, en Chapinero. Desde allí, el mundo se sentía más pequeño, más predecible. El cielo, aún gris, se abría paso entre las nubes bajas mientras las luces de los autos comenzaban a serpentear por las avenidas. Bogotá era una ciudad de contrastes, con calles a medio limpiar, sonidos de motos y buses, y una sinfonía constante de pasos, voces y claxonazos que componían su ritmo. Aun así, en esa hora incierta, todo parecía estar suspendido, como si el tiempo se tomara un respiro antes del caos del día.
Damián medía cerca de un metro ochenta y cinco, de complexión delgada, pero con una postura que imponía respeto. Siempre vestía con trajes perfectamente entallados, confeccionados por un sastre italiano que visitaba la ciudad dos veces al año solo para atenderlo. Tenía el cabello oscuro, peinado hacia atrás y una barba prolijamente recortada. Sus ojos grises, fríos como el acero, parecían siempre evaluar, calcular, anticipar.
Su apartamento, amplio, elegante y perfectamente ordenado, contrastaba con el caos de la ciudad. El aire olía a esencias amaderadas, a una mezcla entre cedro y sándalo, como si el lugar fuera una prolongación de su propio estilo: sobrio, sofisticado, meticuloso. Las paredes estaban decoradas con obras de arte contemporáneo de artistas emergentes, cuidadosamente seleccionadas por él mismo. Cada mueble, cada libro, cada lámpara parecía estar donde debía. Tenía una biblioteca de roble empotrada que guardaba ediciones raras de economía, filosofía y novelas negras. En una esquina, un tocadiscos de colección reproducía discos de jazz que, más que entretenerlo, parecían cronometrar su rutina.
Odette, su gata persa de ojos dorados y pelaje largo, gris oscuro como la ceniza, era su única compañía constante. La gata, tan meticulosa como su dueño, tenía horarios casi fijos para comer, para dormir, y para observar la ciudad desde el ventanal. Era una criatura elegante y exclusiva, cuya independencia era casi altiva. Solo aceptaba mimos cuando ella lo decidía, como si el afecto fuera un lujo que solo podía conceder bajo sus propias condiciones. Dormía sobre cojines de lino, bebía agua de una copa de cristal y disfrutaba mirar la ciudad con una serenidad desafiante. Su nombre, Odette, evocaba la sofisticación y la tragedia de los grandes ballets, una referencia sutil al cisne blanco de El lago de los cisnes, pero con la ambigüedad de quien también puede transformarse en sombra.
Damián había construido su imperio desde cero. Provenía de una familia de clase media en Chapinero. Su madre era profesora de literatura y su padre, contador público. Desde joven, demostró una habilidad excepcional para las finanzas. A los veinte años ya había fundado su primera empresa de asesorías bursátiles. A los treinta, tenía inversiones en sectores clave de la economía nacional e internacional. Pero su ascenso no fue limpio: detrás del éxito había decisiones frías, alianzas rotas, silencios comprados y riesgos calculados. Había dejado atrás a muchos en el camino, incluyendo a su mejor amigo de infancia, Esteban, con quien había comenzado todo, pero a quien traicionó cuando vio que su lealtad podía costarle poder.
Nunca tuvo tiempo para vínculos afectivos. No los necesitaba. El amor le parecía una pérdida de eficiencia. Salía con mujeres bellas, sofisticadas, inteligentes, pero no permitía que se acercaran demasiado. Algunas lo intentaron, pero siempre terminaban alejándose, como si entendieran que su corazón era una fortaleza inaccesible.
Su mundo giraba en torno al control. Control de sus negocios, de su imagen, de sus emociones. Sabía leer los números como otros leían los gestos de una cara. Tenía un talento innato para identificar oportunidades donde otros solo veían amenazas. Frío pero ingenioso, ambicioso pero calculador, jamás dejaba que las emociones se interpusieran entre él y sus objetivos. En las reuniones importantes, siempre sabía cuándo hablar, cuándo callar, y sobre todo, cuándo mentir.
Había una frase que le gustaba repetir en voz baja, como un mantra personal: "Soy el mejor hombre que hay". Lo decía sin ironía, convencido de su superioridad. Esa misma frase resonaba en una vieja canción que había descubierto por casualidad en uno de sus viajes. La letra, directa y arrogante, parecía escrita para él: "Soy un evento hermoso Como un rayo de luz del sol cruzando el cristal". Esa canción se convirtió en un símbolo secreto, una especie de espejo que lo retrataba sin disimulo.
Pero todo comenzó a cambiar una mañana de lunes. Mientras tomaba su café frente al ventanal, recibió una llamada de su asistente, Mariana, una mujer joven, eficiente y extremadamente leal. Mariana lo admiraba, aunque a veces temía su temperamento silencioso y cortante. Aquella mañana le informó que una periodista joven había publicado un artículo cuestionando una fusión financiera que él había liderado años atrás. La nota era cuidadosa, no afirmaba nada directamente, pero dejaba preguntas abiertas y sospechas latentes. Damián sonrió con desdén. Le gustaba cuando alguien intentaba desafiarlo. Pensó que sería un asunto menor, una distracción pasajera.
Sin embargo, la periodista, de nombre Julia, no se detuvo ahí. Comenzó a aparecer en eventos, a colarse en conferencias, a citar documentos en medios digitales. Era tenaz, minuciosa. Había algo persistente en ella, algo que no cedía. Julia no solo quería contar una historia: quería entender al hombre detrás de los números. Tenía una voz firme, ojos inquisitivos, y una forma de hablar que combinaba indignación y conocimiento. Su presencia comenzó a incomodarlo más de lo que quería admitir.
Días después, una nota más directa lo acusaba de haber favorecido la quiebra de una empresa familiar, lo que había afectado a cientos de personas. Entre ellas, el padre de Julia. Fue entonces cuando Damián entendió que no era solo una investigación: era personal. Había destruido la vida de esa familia sin siquiera recordar su nombre.
Intentó desviar la atención. Contrató asesores de imagen, abogados, incluso trató de comprar silencio. Pero nada funcionó. Julia no buscaba dinero ni fama. Buscaba justicia. Y esa convicción comenzó a inquietarlo. No sabía cómo enfrentarse a alguien que no podía comprar.
Mientras tanto, su círculo comenzó a mostrar señales de debilidad. Socios que se distanciaban, inversores que dudaban, rumores en redes sociales. Lo que durante años había sido una imagen impecable empezaba a quebrarse. La presión no venía solo de afuera; también comenzó a sentirla por dentro. Por primera vez, dudaba. Y esa duda era un virus que se expandía por su mente disciplinada.
El apartamento, antes símbolo de control y logro, se volvió un espejo incómodo. Las luces tenues, las superficies limpias, los silencios prolongados: todo parecía acusarlo. Odette, siempre serena, lo miraba con esos ojos dorados como si supiera más de lo que decía. A veces, se sentaba a su lado, otras lo ignoraba completamente. Como si le estuviera recordando que el afecto, como el poder, no siempre era incondicional.
Un día, Julia consiguió una reunión privada con él. Damián aceptó, más por curiosidad que por obligación. Se encontraron en un café discreto, lejos de los focos. Hablaron durante horas. Ella no lo insultó ni lo atacó. Solo le mostró lo que él había causado. Personas reales, pérdidas reales, decisiones que él había tomado sin mirar atrás. Le mostró fotos, testimonios, documentos. Le habló de su padre, un hombre honesto que confió en la fusión y terminó perdiendo todo. Le contó cómo su madre tuvo que vender la casa y cómo su hermano pequeño dejó la universidad. Y aunque Damián no lo admitió en voz alta, algo se quebró dentro de él.
Damián tenía opciones: podía callarla con una demanda, manipular cifras, arrasar con lo poco que quedaba de la verdad. Pero por primera vez, dudó. Dudó porque, quizás, ya no quería seguir siendo el mismo hombre. Las palabras de Julia resonaban como una campana dentro de él, golpeando sus certezas.
La decisión final no fue grandiosa. No dio una conferencia ni escribió una carta pública. Solo llamó a su abogado y renunció a parte de sus activos. Vendió acciones, devolvió propiedades, hizo donaciones discretas. No lo hizo para limpiar su imagen. Lo hizo porque, en algún rincón de sí mismo, entendió que no todo se podía calcular. Visitó algunas de las zonas afectadas, habló con personas humildes, escuchó sin interrumpir. Por primera vez, escuchó sin pensar en cómo usar esa información.
Volvió al apartamento esa noche. Odette dormía junto al ventanal. Afuera, Bogotá seguía siendo lo que siempre había sido: ruidosa, viva, sucia, contradictoria. No sabía qué haría después. Pero sabía que algo había cambiado. Y por una vez, no intentó controlarlo.
Feya y Andriy se conocieron siendo muy jóvenes. Ambos crecieron en un pequeño
pueblo que estaba rodeado de campos de trigo y colinas doradas, era un lugar en
donde el tiempo parecía detenerse en las largas tardes de verano. Un día, se
sentaron juntos en la banca de un parque, no tenía nada de especial, ni siquiera
tenía los senderos bien definidos, pero al lado de Andriy ese lugar se convirtió en el
centro del mundo. Él tomó su mano, en ese preciso momento, algo se selló entre
ellos, algo que no podría quebrarse sin importar las dificultades. Se miraron a los
ojos y sin decir una sola palabra, se prometieron amor eterno.
Sus días eran tranquilos, hasta que cierto día Andriy tuvo que partir, fue reclutado
para luchar en la guerra que, en ese entonces, ya había llegado a sus puertas.
Feya se quedó en su casa, era un lugar modesto, con un ligero olor a madera, el
techo estaba ligeramente encorvado por el peso de los años. En las ventanas
colgaban unas cortinas cosidas por ella misma, se veían gastadas pero limpias.
Cada objeto en la casa tenía su propia historia, incluso la mesa del comedor tenía
una ligera marca del plato favorito de Andriy.
Feya esperó pacientemente, aunque sabía que la guerra cambiaría toda su historia,
su amado le escribía cartas casi a diario, durante todo el tiempo que estuvo en el
frente. En cada una de sus cartas, le hacía ver lo mucho que la pensaba, que el
amor que tenía por ella era lo que lo mantenía en pie. Él le decía en cada una de
sus cartas: “Te siento cerca, aunque esté lejos”. Ella le respondía con la misma
esperanza, le hablaba sobre su vida en el pueblo, de los días soleados y del jardín
que florecía constantemente.
Sin embargo, la guerra no se detuvo. Andriy, herido y cansado, ya no escribía con la
misma frecuencia. Las cartas cada vez eran más cortas, y la última que llegó a Feya
fue diferente. Le hablaba del sufrimiento que sentía, de cómo la guerra lo afectó y lo
estaba cambiando por dentro. “El dolor me embarga contantemente, pero al cerrar
los ojos, puedo oler tu perfume. Eso me mantiene vivo”. Él escribió la carta con
manos temblorosas y con una claridad que solo surge cuando se sabe que el final
está cerca.
Andriy murió, sin la posibilidad de despedirse, sin poder tocar la mano de su amada
una última vez. Un amigo de Andriy, llevó la noticia a Feya, también trajo junto a él
la última carta que había quedado sin enviar.
Al recibir la carta, la tristeza y el dolor estaban tan arraigados en su corazón que las
lágrimas no dudaron en salir. Ella miró a su pequeño hijo, que se abrazaba a sus
piernas, prometió contarle siempre sobre su padre, mantener viva la memoria de un
hombre que algún día amo con todo su corazón, el recuerdo de alguien valiente y
amoroso.
Los años pasaron, la guerra terminó, y el pueblo volvió a nacer lentamente. Feya, ya
con la piel arrugada y el cabello gris, continuó con su vida, se dedicó a su hijo, a
replantar el jardín en honor a su esposo, y a leer las cartas que, hasta el día de hoy,
aún guarda en una caja de madera.
Cada tarde, al sentarse en la vieja banca del parque, Feya mira el horizonte, donde
solía caminar junto a él. Aunque nunca lo volvió a ver, sentía que estaba cerca, en
cada paso, en cada dificultad, ella sabía que él seguía ahí.
Un día, ya anciana, desde la comodidad de su casa y a través de la ventana, Feya
cerró los ojos y por un instante, lo vio. No era un fantasma ni una visión, solo su
figura, tan viva como cuando estaban juntos. Él se acercó, observó a su hijo y
esbozó una gran sonrisa.
"Siempre estás cerca", dijo Andriy. Al escuchar eso, Feya sintió paz en su alma y
finalmente lo dejó ir, sabiendo que su amor no había terminado, que ni la guerra ni
el tiempo habían logrado separarlos.
